Podría decir que esta novela nació
a raíz de la visita que hice, por primera vez, al yacimiento celtíbero-romano
de Tiermes, en la provincia de Soria, en el otoño de 2007. La grandeza de este
enclave y su entorno me impresionaron por su magnitud y belleza, pero, sobre
todo, por el excelente estado de conservación de viviendas, comercios, calles,
accesos, ventanas, puertas y obras de ingeniería romana, como el acueducto,
muchos de ellos excavados en la gran mole de arenisca roja sobre la que se
extiende.
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Tiermes, también conocido como Termes o Termancia en distintos
momentos de la historia, tiene la peculiaridad, respecto a otros yacimientos
arqueológicos, de ofrecer un aspecto tan supuestamente aproximado a lo que pudo
ser y, por tanto, tan creíble, que, al visitarlo, tienes la impresión de que
sus habitantes acabaran de abandonarlo. Esta sensación, unida a su gran
extensión, estamos hablando de 250.000 m2, dentro de un espacio
protegido de un millón de metros cuadrados, te llevan a creer que,
efectivamente, Tiermes es la “Pompeya española”, como llegó a definirla el
reconocido arqueólogo soriano Blas Taracena.
Todo ello me llevó, irremediablemente, a imaginar cómo sería la
vida de los antiguos moradores de Tiermes y, después, a buscar información
sobre la historia de este lugar con una curiosidad que, paradójicamente, iba en
aumento. Y la tarea ha sido, y es, muy compleja; en primer lugar, porque no hay
suficiente documentación que ofrezca una datación y una descripción ajustada de
los hechos históricos que marcaron la evolución de Tiermes desde que se
produjeron los primeros asentamientos, en torno al Neolítico. Y, en segundo
lugar, porque, afortunadamente, los trabajos de investigación continúan y, por
tanto, también las conclusiones que se extraen de los hallazgos que se van
produciendo. La aparición de nuevas inscripciones, cerámicas, monedas, etc.,
pueden alterar de manera sustanciosa las interpretaciones a las que se habían
llegado previamente. Y es de esperar, además, que este tipo de situaciones se
siga produciendo hasta límites inimaginables, porque aún falta muchísimo por
excavar y nadie se imagina lo que en el futuro puede salir a la luz.
Por todo ello, aunque en la ambientación de la novela he tratado
de ajustarme a las fuentes consultadas, no sería de extrañar que, en algún
caso, si eres conocedor de la etapa celtíbero-romana de Hispania, descubras
algún error, no intencionado que, espero, no afecte a la trama de la novela
hasta llevarla al absurdo.
No obstante, con Eros en Tiermes no he pretendido hacer una novela histórica en sentido estricto,
sino narrar las experiencias vitales de dos jóvenes, la de la termestina Aunia,
en el 134 a. de C., coincidiendo con la inminente caída de Numancia, y la de
Marta, una estudiante de Bachillerato de la época actual a la que Tiermes,
definitivamente, le cambiará la vida.
Lo que sí he querido transmitir, y espero haberlo conseguido, es
una reflexión sobre los motivos que nos mueven a actuar de determinado modo
ante los acontecimientos que se nos presentan. Los humanos, en general, estamos
convencidos de que nuestra racionalidad nos hace superiores al resto de los
seres vivos y de que es la llave que nos hace exclusivos para llegar a la
verdad absoluta, se pongan los apellidos que se pongan. Y esta creencia, nos
lleva a desechar capacidades como la intuición. En este sentido, viene a mi
memoria la reflexión que Eduardo Punset ha hecho en varias ocasiones sobre este
asunto, reivindicando la importancia de la intuición frente a la razón. Él pone
como ejemplo un caso inaudito, si uno se ajusta a ese esquema “racional”: el
descubrimiento que hizo el psicólogo Daniel Kanheman, junto a Vernon Smith, y
que le valió, nada menos, que el Premio Nobel de Economía en 2002. Kanheman
explicó en sus “teorías de las perspectivas” que la intuición es mucho más
influyente de lo que la experiencia y la razón parecen aconsejar en la toma de
decisiones de los seres humanos.
Llegados a este punto, la
intuición me dice que esta novela te va a entretener y que, incluso, te va a
gustar. La razón, sin embargo, que para qué me habré metido en este
“berenjenal”. Quiero creer que Kanheman merecía el Nobel.